martes, 24 de noviembre de 2009

Cuatro poemas de Pere Gimferrer





Pere Gimferrer (22 de junio de 1945, Barcelona) es un poeta, prosista, crítico y traductor español. Según Bolaño, el poeta que había leído todo aquello que se había escrito a lo largo de la humanidad. Luego de escribir Mensaje del Tetrarca (1963), Arde el mar (Premio Nacional de Poesía, 1966), La muerte en Beverly Hills (1968) y Extraña fruta y otros poemas (1969), retoma el Catalán como su lengua poética primaria, y se convierte en traductor de sus Els miralls (1970), Hora foscant (1972) y Foc cec (1973).


1


Elegía


Morir serenamente como nunca he vivido
y ver pasar los coches como en una pantalla
y las canciones lentas de Nat King Cole
un saxofón un piano los atardeceres en las terrazas bajo los
parasoles
esta vida que nunca llegué a interpretar
el viento en los pasillos las ventanas abiertas todo es blanco
como en una clínica
todo disuelto como una cápsula de cianuro en la oscuridad
Se proyectan diapositivas con mi historia
entre el pesado olor del cloroformo
Bajo la niebla del quirófano extrañas aves de colores anidan

"Extraña fruta y otros poemas" 1968 - 1969

2

En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas...

En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas, las carreteras
brillando hacia el océano,
la viajera de los guantes rosa, oh mi desfallecido corazón, clavel
en la solapa del smoking,
muerto bajo el aullido de la noche insaciable, los lotos en la niebla,
el erizo de mar al fondo del armario,
el viento que recorre los pasillos y no se cansa de pronunciar
tu nombre.

Ella venía por la acera, desde el destello azul de Central Park.
¡Cómo me dolía el pecho sólo con verla pasar!
Sonrisa de azucena, o jos de garza, mi amor,
entre el humo del snack te veía pasar yo.
¡Oh música, oh juventud, oh bullicioso champán!
(Y tu cuerpo como un blanco ramillete de azahar...)

Los jardines del barrio residencial, rodeados de verjas,
silenciosos, dorados, esperan.
Con el viento que agita los visillos viene un suspiro de
sirenas nevadas.

Todas las noches, en el snack,
mis ojos febrües la vieron pasar.
Todo el inviemo que pasé en New York
mis ojos la buscaban entre nieve y neón.

Las oficinas de los aeropuertos, con sus luces de clínica.
El paraíso, los labios pintados, las uñas pintadas, la sonrisa,
las rubias platino, los escotes, el mar verde y oscuro.
Una espada en la helada tiniebla, un jazmín detenido
en el tiempo.
Así llega, como un áncora descendiendo entre luminosos
arrecifes,
la muerte.

Se empañaban los cristales con el frío de New York.
¡Patinando en Central Park sería un cisne mi amor!

Los asesinos llevan zapatos de charol. Fuman rubio, sonríen.
Disparan.
La orquesta tiene un saxo, un batería, un pianista. Los cantantes.
Hay un número de strip-tease y un prestidigitador.
Aquella noche llovía al salir. El cielo era de cobre y luz
magnética.

3

Canción para Billie Holiday

Y la muerte
nadie la oía
pero hablaba muy cerca del micrófono

Con careta antigás daba un beso a los niños

Lady Day las gaviotas heridas vuelven a la luz del puerto
Extraña fruta en el aire el crepúsculo se ausenta
Con una espada con un guante con una bola de cristal
la pecera magnética la cueva del pasado el submarino bajo las
mareas que fulgen
Lady Day cuánto amor en una juventud cuántos errores
cuántas tardes hablando qué deseo qué eléctricos
jazmines
cuántos cow-boys muertos como trovadores la sonrisa en los
labios que se tiñen de sangre
los gritos en las calles las manifestaciones disueltas bajo el
arco voltaico del poniente y los lóbregos edificios
irreales
Lady Day el amor como una libélula
cazador de libélulas
Lady Day qué despacio nos viene la experiencia todo cobra un
sentido se ordena como el paisaje en los ojos cuando
recién despiertos corremos las persianas
o intentamos ordenar las palabras de un
poema
Lady Day
Animales heridos en el bosque nuestros ojos qué piden qué
desean
qué desea esta voz en el viento de otoño un lebrel o su presa
disueltos en la fría oscuridad del tiempo
escamoteados como naipes de una baraja los años de nuestra
juventud
Con dos vueltas de llave cerraron la cocina
No nos dan mermelada ni pastel de cereza
ni el amor ni la muerte extraña fruta que deja un sabor ácido.

"Extraña fruta y otros poemas" 1968 - 1969

4

Llevan una rosa en el pecho los enamorados y suelen besarse...

Llevan una rosa en el pecho los enamorados y suelen besarse
entre un rumor de girasoles y hélices.

Hay pétalos de rosa abandonados por el viento en los pasillos
de las clínicas.

Los escolares hunden sus plumillas entre uña y carne y oprimen
suavemente hasta que la sangre empieza a brotar.
Algunos aparecen muertos bajo los últimos pupitres.

Estaré enamorado hasta la muerte y temblarán mis manos al
coger tus manos y temblará mi voz cuando te acerques
y te miraré a los ojos como si llorara.

Los camareros conocen a estos clientes que piden una ficha
en la madrugada y hacen llamadas inútiles, cuelgan
luego, piden una ginebra, procuran sonreír, están pensando
en su vida. A estas horas la noche es un pájaro azul.

Empieza a hacer frío y las muchachas rubias se miran temblando
en los escaparates. Un chorrear de estrellas silencioso se
extingue.

Luces en un cristal espejeante copian el esplendor lóbrego de
la primavera, sus sombrías llamaradas azules, sus flores de
azufre y de cal viva, el grito de los ánades llamando desde
el país de los muertos.

"La muerte en Beverly Hills" 1967

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